Los días no avanzan. Aún es miércoles. La pelea sigue aunque, poco a poco, el foco, el maldito foco, empieza a mirar hacia otro lado. No voy a pensar en eso. En el fango nadie piensa en eso. Una de las labores más inminentes es revisar cada garaje, pulgada a pulgada, sótano a sótano. "Una vez el agua llega por las rodillas ya podemos entrar. Buscamos en cada rincón y a otro garaje", me dice un buzo de la armada que está pintando una R de 'revisado' en la puerta. Hay miles de bajos de este estilo afectados. Necesitan tiempo.
La vida intenta abrirse en los lugares más complicados, pero hoy he vuelto a ver gente derrumbándose. Se va a necesitar una buena legión de psicólogos para curar el alma y darle vida nueva a la cabeza. Carla, una enfermera que va hasta arriba de barro, me cuenta que muchos psicólogos están ya a pie de calle y actúan sobre la marcha con gente que se viene abajo. Es complicado mantenerse firme. Ha pasado ya mucho tiempo y por momentos da la sensación de que hay zonas que no avanzan.
Tras más de una semana pateando el barro, los pequeños detalles se celebran. Hoy una empresa de vending ha colocado una cafetera en el centro de Paiporta. Dos chicas haciendo café: un pequeño logro. Una chorrada pero que alegra la cara a más de uno. Igual que los abrazos de Paz Padilla, que está metida en la pelea de repartir comida caliente. Hablo con ella y me da un abrazo de los de verdad. Está cansada pero reparte cariño a todo el mundo que la reconoce detrás de la mascarilla y la coleta. Gracias.
Está siendo un día pestoso. Las calles están otra vez anegadas de agua. Las bombas de achique trabajan día y noche y lo que sale de los bajos va directo a la calle. Vuelvo a pinchar una rueda de la bici y me arrastro hasta la Rambleta, fuera de la zona Cero. Un chaval argentino ha montado un taller improvisado. "Échate unas cámaras a la mochila joder", me riñe mientras me arregla la rueda. Mañana le llevaré unas cámaras y alguna que otra herramienta. Gente ayudando a gente.
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