Casi nadie sabe situar Georgia en un mapa. Pocos saben pronunciar bien Kvaratskhelia, o escribir correctamente Mamardashvili. O desconocen que el recurrente sufijo -shvili de sus apellidos es como nuestro -ez en castellano, que significa 'hijo de'. Tenemos hasta el domingo para aprender muchas cosas acerca de un país (con el que 'compartimos' a Ilia Topuria) y de una selección prácticamente desconocida por estos lares que, de repente, se cruza en nuestro camino. Muchos tendrán en mente como principal recuerdo del equipo caucásico el 3-1 de Valladolid o el 1-7 que les endosamos en Tiflis en la fase de clasificación para esta misma Eurocopa. Sospecho que el inminente duelo no será tan placentero esta vez. Ya saben que no hay enemigo pequeño, pero puestos a elegir, prefiero enemigos pequeños. Los georgianos estarán ahora agigantados y pletóricos, pero sobre el papel España es superior. Y no es engreimiento. Toca, eso sí, demostrarlo sobre el césped.
Lo que sí ha aportado Georgia en este torneo, al igual que ha hecho España, es la eficiencia de trabajar como equipo. Una de las lecturas hasta ahora es que la acumulación de estrellas en una selección, sin que exista un plan o una propuesta colectiva no garantiza nada. Es probable que en los encuentros venideros, a vida o muerte, sea el talento de algún crack o la chispa individual de algún futbolista de relumbrón el que decida algún partido. Pero confiar la clasificación a ese recurso, visto lo visto, ofrece menos garantías que agarrarse a la fuerza del colectivo y de una idea futbolística común.
Más vale equipo en mano que figuras volando, podría deducirse. España y Georgia han sacado mucho rédito de esa forma de entender el fútbol. El domingo, ese equilibrio conceptual lo desnivelará el talento. Ahí tenemos más.
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