Habrá quien se tome el título de esta crónica por lo literal, como si restara mérito alguno a la impresionante racha rojiblanca, así que conviene matizar desde ya mismo que la coletilla final replica la que viene utilizando Simeone, desde hace un tiempo y con razón, para lanzar mensajes a todo aquél que se quiera dar por aludido. Porque, efectivamente, al Atlético de las diez victorias se le sigue faltando al respeto desde más de un despacho. Como mínimo, desde el que le hizo jugar Champions con menos de 70 horas de descanso y desde el que no consideró conveniente protestar por ello. Ya son dos...
No parecía atraer el rival, sobre el papel uno de los más flojos de la competición. No parecía atraer el clima, frío intenso en el páramo. No parecía atraer el horario, inusual en jornada laborable, encorsetado por el inmediatamente anterior. No parecía atraer el ambiente, última fecha para la huelga de animación decretada por la grada de animación, paradoja que lleva razón en el fondo para perderla en la forma y que se salda con un balance de cinco victorias tras los cinco silencios. No parecía atraer casi nada, las cosas como son, pero había tres puntos en juego. Importantes, cabe añadir.
El Atlético se vio inmediatamente superior y decidió que podía jugar al trantrán. Tampoco es que hubiera aparecido derrochador, pero fue cosa de cuarto de hora que el 5-4-1 con el que se había pertrechado el Slovan entendiera conveniente liberar de marca a Julián Alvarez dentro del área. Se la cedió Lino y el argentino dibujó una comba perfecta para poner a su equipo por delante y para que los muchachos de la rojiblanca confirmaran de algún modo esa sospecha anterior: por una vez y sin que sirva como precedente, no había motivo para dejarlo todo en el campo.
Así pasó, claro. La tropa de Bratislava se fue soltando ante la galbana del rival y de repente un exceso de Galán dejó a Barseghyan en una especie de mano a mano que acabó en el larguero. Anda el Atlético acostumbrándose a que la primera del rival vaya dentro o al menos cerca de la jaula. Fue en todo caso una de las últimas acciones del armenio, que tiene buena pinta pero que cayó por lo muscular, o eso parecía, minutos después. Tampoco es que el parón correspondiente ayudara a lo que ya era ritmo cansino, el caso es que el equipo del Cholo, más allá de una que tuvo Lino, parecía dar por buena la colección de saques de esquina que andaba haciendo.
De hecho hubo una segunda contra eslovaca, con Lenglet de excursión vaya usted a saber por dónde y con Strelec sin acierto, antes de que, con el refrigerio ya en perspectiva, el conjunto local firmara el segundo. Lo de Barrios y Llorente fue de tiralíneas, pero tan cierto resulta que la resolución de Griezmann tuvo mérito, de cabeza y desde cerca, como que el francés hizo lo que no quiso o pudo hacer el central que en teoría lo encimaba: saltar. Quedaba claro, en resumen y por pura lógica, que lo defensivo tiene mucho que ver en que el Slovan no haya firmado un solo punto aún en el dichoso formato actual de la Champions.
Barrios pareció dolerse en una de las últimas acciones del primer acto. A la espera de noticias al respecto, el caso es que se quedó en el vestuario para que ingresara Koke. Y justo tras la reanudación, unos minutos de zozobra cortesía de la casa. Lenglet atropelló a Strelec dentro del área en uno de los estadios del continente más cómodo para colegiados y otras hierbas, así que el punta embocó desde el punto para jolgorio de una grada e inquietud de las demás. Afortunadamente, fue cosa de cinco minutos. Los que tardó el meta visitante en apartar la cara de la pelota.
Había chutado Koke tan flojo que había enganchado la pelota Griezmann, cuyo disparo tampoco es que fuera la alegría de la huerta. Se dirigió, eso sí, hacia el hueco que había dejado el de las manoplas en su dimisión para que el Atlético pusiera otra vez tierra por medio. El resto, más de media hora, discurrió entre sustituciones (sin que El Cholo las agotara y sin que De Paul participara en ellas), ocasiones falladas para el cuarto, un palo del Slovan (definitivamente ninguna iba a terminar en las manos de Oblak) y, tras el ingreso de Weiss, el curioso hecho de que los dos entrenadores acabaran el partido con un hijo en el campo. Diez victorias, que se escribe pronto. A nadie le importa, pero mira tú que si al final les acaba importando...
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